Todo pequeño empresario tiene en su cabeza un objetivo: vender. Un objetivo alrededor del que se construyen todos los elementos de una empresa: financiero, administración, atención al cliente, marketing… hasta producción.
Porque el objetivo último de toda empresa no es ni producir, ni dar servicio, sino vender. Y este objetivo a veces nos nubla la vista, haciéndonos perder el foco y empujándonos a centrarnos solo en el acto de la venta; olvidando que el resto de acciones son igual de importantes o más para extender en el tiempo este proceso de vender, permitiendo que la empresa perdure, sobre todo en tiempos tan confusos como los que vivimos y en los que la certidumbre es un artículo de lujo.
Pero, entonces, ¿debemos de olvidarnos de la venta y centrarnos en otros procesos? ¿Cuál es la parte más importante de una empresa y la que merece más nuestra atención? En este caso no se trata de ningún aspecto en concreto, sino de un todo: al igual que un coche necesita tanto del motor como de la transmisión, de la suspensión y de las ruedas para moverse y llevarnos allí donde queramos ir, en el mundo de la empresa no podemos entender un departamento sin el otro.
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