A estas alturas de 2015 hablar del poder de Internet y las redes sociales en lo que a información se refiere parece algo obsoleto.
Son muchas las corporaciones que han apostado por poner un escaparate en las mismas para poder variar el esquema de comunicación unidireccional que se venía marcando antes de la gran revolución de la red, pero sin duda, si hay algo que queda patente después de los últimos acontecimientos, es que si hay algo por lo que existen y para lo que existen las redes sociales, es como un medio de comunicación anónimo al que mucha gente acude para saber, con inmediatez lo que está sucediendo fuera y dentro de las fronteras nacionales – una barrera que ya quedó rota también hace tiempo gracias a la globalización informativa-.
Son días como el pasado 7 de enero, cuando la sociedad se levantaba con la triste noticia del ataque a la redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdo cuando de verdad se ha visto cuál es la verdadera dimensión de las redes.
Desde que saltara las noticias a través de las agencias de comunicación francesas, los medios de comunicación comenzaron una carrera en redes sociales por ir actualizando la información que se recibía desde París para mantener un nivel informativo continuo, de calidad y con una sensibilidad única que diera, prácticamente al segundo, los nuevos datos que se iban conociendo.
Es en días como esos cuando, por desgracia, se ve la unidad de una red. Cuando todos los internautas, a través de los distintos hashtags que se fueron sucediendo (#charliehebdo, #JeSuisCharlie, #charlie, etc.), iban compartiendo las noticias creando un verdadero movimiento online de solidaridad y de defensa de la libertad de expresión que pocos precedentes había tenido hasta ahora.
La red se llenó de mensajes de condolencia, de dolor y de solidaridad con todos los redactores y, quizás, se puso de nuevo valor a una frase que parece que había perdido el sentido como pocas: libertad de prensa.
Sin duda este fue sólo el principio, porque miles de viñetas de las principales cabeceras de todo el mundo comenzaron a hacerse virales, ofreciéndoles un escaparate único, al margen de idiomas y fronteras, que fue comprensible para toda la comunidad online.
Han sido pocas las ocasiones en las que una imagen – no fotográfica sino diseñada por genios del lápiz – ha sido tan viral.
Bastaba con abrir cualquiera de las redes sociales para encontrarse con los mejores viñetistas del mundo expresando su mensaje, empatizando con la revista, con los fallecidos, con los heridos y, sobre todo, dando voz a través de sus trazos a una sociedad conmocionada por algo alejado de lo que puede considerarse racional o válido, independientemente de las voces y religiones que se hablaran o siguieran.
Las redes fueron una única voz, algo que sucede pocas veces, pero cuando lo hace, sirve como claro ejemplo del poder y la potencia que tienen en un mundo intercomunicado.